Por la libre competencia de planes de estudio - Juan Ramón Rallo

Como el debate en torno al tema "educativo" es uno de los debates que deberían ser tomados con mayor seriedad en nuestro tiempo, dejo con ustedes un artículo que escribiera el ilustre economista de la escuela austríaca Juan Ramón Rallo hace ya más de un año.

Dicho artículo que reproduzco en esta entrada, tiene por título: Por la libre competencia de planes de estudio. Casi está demás decir, que suscribo enteramente sus palabras.

#Paralosamantes del conocimiento
#ParaAquellos que gustan de reflexionar

Por la libre competencia de planes de estudio


Hace unos días, 42 asociaciones de estudiantes de Ciencias Económicas de 19 países publicaron un manifiesto en el que llamaron a revisar el contenido de sus planes de estudio. A su juicio, la actual crisis económica también pone de relieve una crisis de la enseñanza universitaria de esta disciplina y llaman a un mayor pluralismo intelectual dentro de las aulas: lejos de tomar partido por alguna corriente de pensamiento determinada, su propósito es abrir la Economía tanto internamente (incorporando escuelas de pensamiento hoy ausentes y tan variadas como la clásica, la postkeynesiana, la institucionalista, la ecológica, la feminista, la marxista o la austriaca) como externamente (convirtiendo la Economía en una materia mucho más interdisciplinar, de modo que incluya muchos más conocimientos políticos, sociológicos, antropológicos o históricos que en la actualidad). Este grupo de asociaciones de estudiantes cuenta con el apoyo de economistas heterodoxos tan renombrados como James Galbraith, Paul Davidson, Steve Keen o el celebérrimo Thomas Piketty.

Personalmente, algunas de las propuestas de este lobby de estudiantes me parecen acertadas: la Economía que a mí me gustaría haber estudiado habría sido mucho más interdisciplinar y con un mayor peso de enfoques alternativos al dominante (paradigmáticamente, aunque no en exclusiva, la Escuela Austriaca). Ahora bien, el problema de fondo de este planteamiento es confundir las preferencias personales con las preferencias generales y, sobre todo, las preferencias generales con la ciencia: que a mí me gustara centrar mi estudio en algunos campos ni significa que todos los demás también prefieran, a su vez, centrarlos en esos campos ni, sobre todo, que el enfoque que se dé a esos campos de estudio merezca el calificativo de científico.

Sucede que, por definición, la ciencia no es democrática. El contenido de una ciencia necesariamente se va construyendo (y reconstruyendo) sobre consensos de especialistas, esto es, de grupos reducidos de estudiosos de una determinada materia que logran ciertos acuerdos provisionales sobre el alcance de nuestro conocimiento. En ciencia, el voto de un profano no vale, ni puede valer, lo mismo que el voto de un experto: a la hora de determinar cómo construir un puente, curar una enfermedad, describir la evolución biológica o explicar las causas económicas de la Gran Depresión, no puede ser igual de válida de opinión de quien se ha especializado en tales campos que la de aquellos que lo ignoran todo sobre los mismos. De ahí que los consensos alcanzados por grupos de especialistas en una materia posean una mayor presunción de veracidad que el consenso de opiniones de los legos.


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